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Los asentamientos humanos y sus actividades productivas para satisfacer necesidades materiales o espirituales definen el uso del suelo en el territorio que ocupan.
La transformación antrópica de los ecosistemas naturales, el paisaje humano, es la mayor causa de pérdida de diversidad biológica, del deterioro de interacciones entre ecosistemas y de las alteraciones del ciclo hidrológico, que se traducen en incremento de sequías en épocas de escasez de lluvias y en mayores y más frecuentes flujos de detritos en periodos lluviosos.
Los países de la CAN poseen una superficie forestal de 1,95 millones de kilómetros cuadrados, equivalentes a casi el 35% de la superficie boscosa de Suramérica y el Caribe, y al 6% del total mundial. En la llanura amazónica, por debajo del frente oriental de los Andes, cubren un área de 1,45 millones de km2 aproximadamente, lo que significa casi el 18% del total de la cuenca (PNUMA, CAN y CIUP, 2003) (Mapa 14).
Uno de los problemas comunes en la subregión es la deforestación. Un 90% de la misma es provocada por prácticas de agricultura no sustentable. Los bosques tropicales húmedos de la subregión poseen una gran variedad de especies madereras, pero cada una presenta una baja densidad por unidad de superficie. La superficie de plantaciones forestales en la Comunidad Andina es de 11 mil kilómetros cuadrados. Según evaluación reciente, menos del 0,1% del total de recursos forestales está siendo utilizado en forma adecuada (PNUMA, CAN y CIUP, 2003).
La erosión es el principal problema del recurso suelo en los países. Afecta el desarrollo de los cultivos, haciéndoles perder su capacidad de absorción de humedad, disponibilidad de nutrientes y materia orgánica. De otro lado, los países andinos contribuyeron con el 8% de la superficie afectada por la desertificación en Suramérica. Ésta se localiza principalmente en las zonas áridas y semiáridas. Los países con mayor superficie desértica son Bolivia y Perú.
En contraste con formas de usos agrícolas actuales en montañas y planicies, en todos los países hay abundante evidencia de prácticas prehispánicas adecuadas: extensas zonas de obras hidráulicas con canales entre surcos de sembrados adaptados para cultivar en épocas de inundación y sequías en la región de los llanos bolivianos, en los alrededores del lago Titicaca en Perú y Bolivia, en la llanura del Guayas y Amazonas ecuatoriano y en la sabana de Bogotá y la llanura del Caribe en Colombia. Otra práctica muy común eran los cultivos en formas de terrazas y surcos siguiendo las curvas de nivel, con pantallas de protección de la erosión.
Las áreas de vegetación degradada, 440 mil kilómetros cuadrados en el año 2000, corresponden a bósques húmedos y secos y a praderas naturales, incluyendo páramos en Ecuador y Colombia y yungas y puna en Bolivia y Perú. Estas áreas se han degradado debido a presiones por el avance de la frontera agrícola y ganadera, la explotación forestal y el establecimiento de enclaves de extracción de recursos mineros, especialmente hidrocarburos.
Los países andinos han declarado un total de 249 áreas como reserva natural para su protección y preservación (Mapa 15), las cuales cubren medio millón de hectáreas. Dentro de estas zonas se ubican catorce reservas de la biósfera, reconocidas y promovidas por la UNESCO, que se caracterizan por mantener en un alto grado el estado original del ecosistema, sin intervenciones del ser humano.
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La cobertura vegetal ha disminuido como resultado de la deforestación y avance de la frontera agrícola. La preservación de áreas protegidas, su ampliación e interconexión mediante corredores ecológicos deben ser vistas como prioridades subregionales.
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Las prácticas agrícolas prehispánicas de compejos hidráulicos de canales y montículos que garantizaban las cosechas en épocas de abundantes lluvias y sequías y de terrazas que siguen las curvas de nivel, con control de la erosión en las laderas, deben ser reincorporadas en las prácticas agrícolas de los pueblos andinos. |
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